A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX -y durante los primeros decenios del siglo XX- los ateneos fueron configurando una especie de galaxia en el territorio de Cataluña. Un tejido cívico con densidades diferentes en función de un conjunto de factores, como la población y la actividad productiva, sea agrícola o industrial, así como los idearios e intereses de las comunidades. Connotaciones de clase e ideológicas, que tenían que ver con el cariz católico, librepensador, catalanista, federal o libertario; o razones económicas, relacionadas con el trabajo de los asociados, caracterizaban aquellas agrupaciones. Pero fueran del tipo que fueran, los ateneos necesitaban unas arquitecturas que los dieran cobijo. De una sede no solo apta desde un punto de vista funcional, sino también representativo. Con voluntad de tener una posición central en la comunidad de la cual nacía y a a cual servía.
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