Bellas Artes: Espacio y tiempo


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En los últimos tiempos los edificios públicos como teatros y auditorios se han convertido en objetos extravagantes ajenos al entorno donde se emplazan y que albergan salas funcionales, seguras, impolutas y a la vez insípidas, anodinas y sin carácter. 

Los ayuntamientos y los organismos públicos en general han promovido arquitecturas “singulares” que contienen lugares comunes. Son criterios que obedecen a la foto de campaña de los políticos, que cumplen con todas las normativas y que sin embargo están muertos. Son proyectos que no escuchan la demanda de los artistas que son los que utilizarán estos espacios y los que le sacaran provecho. Son proyectos caros, que duplican los presupuestos iniciales y lentos, cuya duración es de varios años. Procesos demasiado costosos para dar respuesta a necesidades básicas. 

El Bellas Artes no es un edificio demasiado antiguo como para protegerlo patrimonialmente como si fuera el Panteón pero si puede ser una oportunidad para la ciudad. Se trata de una pieza única en la retícula urbana de Donosti y que intencionadamente quiso proyectar Cortazar mismo, el proyectista del ensanche. Es la excepción en la norma, el triángulo en la retícula; un solar difícil para que lo ocupase un edificio de viviendas e ideal para un teatro. Es la fachada visible del centro decimonónico, el edificio que recibe al paseante que se adentra en el meollo de la ciudad y muestra el punto de fuga el monte Urgull a su derecha y las fachadas burguesas de la calle Prim a su izquierda. 

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