L'espai ritual dels anys seixanta


En los años sesenta surge un teatro profundamente transgresor, que abandona los edificios convencionales en busca de lugares vacíos, pobres, flexibles. Detrás de esta actitud hay una crítica a la sociedad del momento, considerada elitista, alienadora y pasiva. Gran parte de los argumentos que caracterizaban el teatro hasta entonces pierden su validez. El concepto de espectáculo es sustituido por el de ritual; el de espectador, por el de participante; el de entretenimiento, por el de compromiso. El teatro se inmiscuye en la agitada vida política, social y espiritual de una década revolucionaria. Finalmente, y con medio siglo de retraso en relación con las otras artes, el teatro toma el relevo de las vanguardias teatrales y entra en la modernidad.
El estudio del recorrido artístico de Peter Brook, Jerzy Grotowski fundador del Teatro Laboratorio y la pareja Julian Beck y Judith Malina fundadores del Living Theatre nos permite analizar el intrincado contexto de los sesenta en países como Francia, Inglaterra, Italia o Polonia. Se trata de directores revolucionarios ya la vez interesados ??por sagrado, creadores de un teatro ritual que sacude a los espectadores y les pide una implicación auténtica.
En la introducción de la tesis nos preguntamos por la permanencia del sagrado en el teatro de los sesenta. Siguiendo la biografía de nuestros directores, descubrimos un profundo conocimiento de las tradiciones religiosas y una voluntad de adaptar sus principios y sus técnicas psicofísicas al teatro. El teatro se muestra así como un receptáculo laico de rituales que pertenecían a las religiones. En el deseo de regenerarlo, la gente del teatro reclama una liturgia colectiva capaz de acercar actores y espectadores en un acto total. Queriendo unir el arte y la vida, directores y actores se aíslan en pequeñas comunidades para experimentar unas relaciones humanas verdaderas e inventar nuevos procesos de creación.
La primera parte de la tesis, más panorámica, sitúa el teatro dentro de las corrientes de pensamiento y los movimientos artísticos de la época. Mientras los antropólogos y sociólogos constatan un retorno de la fiesta y la ritualidad, los estudiantes se sublevan por las calles de París. Mayo del 68 marca un antes y un después también en el teatro: abandonando las obras dramáticas, el vestuario especial, las escenografías e incluso los edificios, el teatro sale a la calle, se desteatralitza y se reviste de ritualidad. Este rechazo de las instituciones y las convenciones tiene paralelismos con el land art, el arte povera, los happenings o el body art, sintonizando también con los situacionistas, el guerrilla theatre o el street theatre.
La segunda parte de la tesis incide sobre la ritualidad del teatro de los sesenta y el espacio que se deriva. Analizando el nuevo papel otorgado al actor, el director y el público, descubrimos un mismo proceso de despojo, de renuncia a las técnicas aprendidas y eliminación de los obstáculos personales. El teatro responde así a una vía negativa que busca su purificación y un retorno a la esencialidad. Las mediaciones escénicas, demasiado mundanas, se convierten en obstáculos al encuentro viva entre actores y espectadores. Ahora importa el elemento humano, el sacrificio del actor que regenera toda la comunidad, el ritual que reúne y conecta con un pasado compartido. El teatro se convierte en una realidad mucho más corporal, cinética, dependiente del actor.
El espacio de este teatro pasa a definirse a partir de los movimientos, las dinámicas y las relaciones que se establecen en escena. No depende ya exclusivamente de la arquitectura ni de la escenografía, sino fundamentalmente de un orden humano donde cuentan las distancias, las orientaciones, las fronteras, la configuración y disposición de todos los participantes. En cierto modo, se trata de un espacio sagrado que hay que descubrir y potenciar. Un espacio ritual, consagrado en cada actuación. Un espacio real, que no pretende simular nada. Un espacio simbólico, que recupera las formas geométricas primordiales. Un espacio unitario, sin barreras de ningún tipo. Un espacio vacío, expectante, disponible
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